martes, 23 de noviembre de 2010

Del volcán de hielo


La princesa Elena nació en otoño, eso marca carácter de por vida: la incesante búsqueda de la belleza en lo decadente.

Por ello ama los cementerios, las lechuzas en la noche, las tardes de lluvia que mojan abrazos, la soledad en los ojos de niñas antigüas, los vuelos de golondrinas pintadas desde su muñeca hacia ninguna parte..

Ella si que vuela, como una marioneta moviendo sus invisibles hilos color morado que la unen al ombligo de su tierra.

De su verdadera tierra, la de lengua quechua, allí donde murmura ancestrales nanas junto a su bisabuela.

Tiene esta princesa una piel tan bonita que dan ganas de reventar de alegría, como ella hace cuando se le escapa una risa...si se le puede llamar risa a esa explosión tremebunda que descarga en un segundo, paralizando al miedo y al mundo.
Se rescataron cosas bonitas más allá de los mares cuando se encargó a la princesa, un poquito de Oriente en sus ojos, nieve de los Polos en su cuello, carne cruda de Sudamérica en su cuerpo..¿y de Grecia? su Tragedia. Su Temperamento.
La princesa Elena ama con una fuerza descomunal que nace de las 12 del mediodia, le invaden mil bromas y nostalgias en un instante...como aquel recuerdo de un día que se empeñó en no comer, y solo, y muy poquito a poco, de la mano de su abuelo abrió su boca y dejó entrar savia de un mundo nuevo...se alimentó y creció, hasta hacerse mujer y pisar con paso firme y cuello al cielo, como las tortugas que viven en lugares secretos.
Ella observa la noche, donde las estrellas se convierten en deseos.
Ella no se despide insensiblemente de las simples cosas, te mira a los ojos, y así sabrás que el vínculo, aunque no esté, será eterno.







lunes, 15 de noviembre de 2010

Canis Lupus

Yo no lo sé seguro, ni con la boca llena ni con los ojos vueltos.
Lo sé a escondidas, a fuerza de mirar por el catalejo.
Pequeñas huellas: remolinos en el suelo y mucho frío en los huesos.
Tanto que parecen astillas, que crujen, que se parten, que me los encuentro al pasar la escoba en rincones de mi casa, y se hacen añicos, polvo, tiempo..pero ahí siguen los puñeteros..
Montañillas de huesos, que no sirven para hacer pucheros, ni para mis macetas como estiércol.
Los tengo ahí -los huesos digo-, porque son parte de mi esqueleto.
Porque sostuvieron carne que amé con locura, con los ojos llenos, con la boca vuelta, con los pies revueltos.

Me tiro horas mirándolos, arqueóloga de lo humano, de lo obsceno.
Quizás haga un laberinto con ellos, que bajen la escalera, que sigan el asfalto a media luna de otoño, esperando que algún perro callejero con el frío del invierno en su cuerpo los agarré con sus dientes hasta triturarlos, desomponerlos..llamarlo con voz suave y en sus encias de lobo sangriento hallar la razón más bella para seguir viviendo.