Nada. NADA.
Expulso aire por la boca pa borrar primaveras.
Nado.
Harta, guapa, cansada. Rompo olas con mis brazos.
Y esto es todo, igual a nada. Igual a todo. Igual a harta. Igual a cansada. Igual a cruelmente guapa.
Igual a este mundo desigual, manco, ronco. Raro.
La nada parece leche cortada. Si al menos supiese a tierra valdría la pena. Pero ese blanco mortecino en mis papilas me corta la sonrisa, me lleva al limbo donde ni siquiera vive el animal de la tristeza con veinte cabezas.
Donde solo resuena el eco de una voz que no dice nada. Lenta, blanca, ausente.
domingo, 12 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
7 de diciembre 2010. Cualquier tienda. Cualquier ciudad de nuestra querida España.
La niña le da tirones a la manga de la madre, mientras el volumen y el forcejeo aumentan por encima del bullicio del resto de la clientela: ¡lo quiero! ¡te he dicho que lo quiero!
La madre sigue mirando libros, impertérrita, probablemente sea una de las cincuenta rabietas diarias de la niña. El pan suyo de cada día.
A los gritos pronto los acompaña el llanto. Un llanto cargado de rabia contra la que la parió; una violencia que sacada de un cuerpo tan frágil da más miedo aún.
A la niña se le desorbitan los ojos en respuesta a la indiferencia maternal y culmina con la puta frase, además de su llanto, sus babas y sus mocos: ¡los quiero todoooos!
La niña lo quiere todo. Toda la tienda para ella, para su regocijo y su agonía de consumo prenavideño.
La madre, un poco más consciente de la realidad, sonríe, (diríase que anda sedada).
Y por toda respuesta: - Hoy te compro estos tres, mañana venimos con la abuelita y te compramos más-.
La niña parece calmarse durante segundo y medio, pero vuelve a la carga. LLora y patalea. La madre le da la bolsa con sus nuevos cuentos, ella la abre, coge uno y lo estrella contra el suelo.
La madre recoge el libro, agarra a la niña y sale pitando de la tienda, a cualquier otra tienda porque son las dos menos cuarto y si van rápido le dará a tiempo a realizar otra compra más. ¿Qué? No lo sabe aún, pero el caso es algo más.
La niña es solo una niña. Dan ganas de abrazarla, acariciarle el pelo y contarle a modo de cuento que hay otros cuantos millones de niños de su misma edad que tienen juguetes de los que ella jamás dispondrá: piedras de colores, piernas de mentira porque un día pisaron donde no debían, pistolas y uniformes de verdad, maridos que les quintuplican la edad, pegamentos para inhalar y volar, pañuelos en la cabeza mientras le meten con aguja un suero en el hospital, un cántaro en equilibrio y 30 kilómetros al día para caminar, un tallercito pequeñísimo, muy cuco, para compartir con 12 niños más donde se fabrican zapatillas para saltar. ¡Que hay incluso niñas que ellas mismas son juguetes! Siiii!! y llegan señores que las miran, las tocan, rebuscan, les dan al botón adecuado y voilá!el juguete funciona!!Se lo quedan durante un rato y vuelta a empezar..Y hay otras muchas niñas que ni siquiera tienen ese botón porque se lo arrancaron un día entre gritos y oscuridad.
Todo eso dan ganas de decirle a la niña y morirá de envidia, sana envidia, y volverá a gritar porque esos juguetes no los tiene y blasfemará contra la madre para conseguirlos. Y la madre responderá:
- Asi es la vida, mi cielo. No se puede tener todo. Hoy te contentarás con tres cuentos. Mañana, quizás, algo más-
La madre sigue mirando libros, impertérrita, probablemente sea una de las cincuenta rabietas diarias de la niña. El pan suyo de cada día.
A los gritos pronto los acompaña el llanto. Un llanto cargado de rabia contra la que la parió; una violencia que sacada de un cuerpo tan frágil da más miedo aún.
A la niña se le desorbitan los ojos en respuesta a la indiferencia maternal y culmina con la puta frase, además de su llanto, sus babas y sus mocos: ¡los quiero todoooos!
La niña lo quiere todo. Toda la tienda para ella, para su regocijo y su agonía de consumo prenavideño.
La madre, un poco más consciente de la realidad, sonríe, (diríase que anda sedada).
Y por toda respuesta: - Hoy te compro estos tres, mañana venimos con la abuelita y te compramos más-.
La niña parece calmarse durante segundo y medio, pero vuelve a la carga. LLora y patalea. La madre le da la bolsa con sus nuevos cuentos, ella la abre, coge uno y lo estrella contra el suelo.
La madre recoge el libro, agarra a la niña y sale pitando de la tienda, a cualquier otra tienda porque son las dos menos cuarto y si van rápido le dará a tiempo a realizar otra compra más. ¿Qué? No lo sabe aún, pero el caso es algo más.
La niña es solo una niña. Dan ganas de abrazarla, acariciarle el pelo y contarle a modo de cuento que hay otros cuantos millones de niños de su misma edad que tienen juguetes de los que ella jamás dispondrá: piedras de colores, piernas de mentira porque un día pisaron donde no debían, pistolas y uniformes de verdad, maridos que les quintuplican la edad, pegamentos para inhalar y volar, pañuelos en la cabeza mientras le meten con aguja un suero en el hospital, un cántaro en equilibrio y 30 kilómetros al día para caminar, un tallercito pequeñísimo, muy cuco, para compartir con 12 niños más donde se fabrican zapatillas para saltar. ¡Que hay incluso niñas que ellas mismas son juguetes! Siiii!! y llegan señores que las miran, las tocan, rebuscan, les dan al botón adecuado y voilá!el juguete funciona!!Se lo quedan durante un rato y vuelta a empezar..Y hay otras muchas niñas que ni siquiera tienen ese botón porque se lo arrancaron un día entre gritos y oscuridad.
Todo eso dan ganas de decirle a la niña y morirá de envidia, sana envidia, y volverá a gritar porque esos juguetes no los tiene y blasfemará contra la madre para conseguirlos. Y la madre responderá:
- Asi es la vida, mi cielo. No se puede tener todo. Hoy te contentarás con tres cuentos. Mañana, quizás, algo más-
martes, 23 de noviembre de 2010
Del volcán de hielo
La princesa Elena nació en otoño, eso marca carácter de por vida: la incesante búsqueda de la belleza en lo decadente.
Por ello ama los cementerios, las lechuzas en la noche, las tardes de lluvia que mojan abrazos, la soledad en los ojos de niñas antigüas, los vuelos de golondrinas pintadas desde su muñeca hacia ninguna parte..
Ella si que vuela, como una marioneta moviendo sus invisibles hilos color morado que la unen al ombligo de su tierra.
De su verdadera tierra, la de lengua quechua, allí donde murmura ancestrales nanas junto a su bisabuela.
Tiene esta princesa una piel tan bonita que dan ganas de reventar de alegría, como ella hace cuando se le escapa una risa...si se le puede llamar risa a esa explosión tremebunda que descarga en un segundo, paralizando al miedo y al mundo.
Se rescataron cosas bonitas más allá de los mares cuando se encargó a la princesa, un poquito de Oriente en sus ojos, nieve de los Polos en su cuello, carne cruda de Sudamérica en su cuerpo..¿y de Grecia? su Tragedia. Su Temperamento.
La princesa Elena ama con una fuerza descomunal que nace de las 12 del mediodia, le invaden mil bromas y nostalgias en un instante...como aquel recuerdo de un día que se empeñó en no comer, y solo, y muy poquito a poco, de la mano de su abuelo abrió su boca y dejó entrar savia de un mundo nuevo...se alimentó y creció, hasta hacerse mujer y pisar con paso firme y cuello al cielo, como las tortugas que viven en lugares secretos.
Ella observa la noche, donde las estrellas se convierten en deseos.
Ella no se despide insensiblemente de las simples cosas, te mira a los ojos, y así sabrás que el vínculo, aunque no esté, será eterno.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Canis Lupus
Yo no lo sé seguro, ni con la boca llena ni con los ojos vueltos.
Lo sé a escondidas, a fuerza de mirar por el catalejo.
Pequeñas huellas: remolinos en el suelo y mucho frío en los huesos.
Tanto que parecen astillas, que crujen, que se parten, que me los encuentro al pasar la escoba en rincones de mi casa, y se hacen añicos, polvo, tiempo..pero ahí siguen los puñeteros..
Montañillas de huesos, que no sirven para hacer pucheros, ni para mis macetas como estiércol.
Los tengo ahí -los huesos digo-, porque son parte de mi esqueleto.
Porque sostuvieron carne que amé con locura, con los ojos llenos, con la boca vuelta, con los pies revueltos.
Me tiro horas mirándolos, arqueóloga de lo humano, de lo obsceno.
Quizás haga un laberinto con ellos, que bajen la escalera, que sigan el asfalto a media luna de otoño, esperando que algún perro callejero con el frío del invierno en su cuerpo los agarré con sus dientes hasta triturarlos, desomponerlos..llamarlo con voz suave y en sus encias de lobo sangriento hallar la razón más bella para seguir viviendo.
Lo sé a escondidas, a fuerza de mirar por el catalejo.
Pequeñas huellas: remolinos en el suelo y mucho frío en los huesos.
Tanto que parecen astillas, que crujen, que se parten, que me los encuentro al pasar la escoba en rincones de mi casa, y se hacen añicos, polvo, tiempo..pero ahí siguen los puñeteros..
Montañillas de huesos, que no sirven para hacer pucheros, ni para mis macetas como estiércol.
Los tengo ahí -los huesos digo-, porque son parte de mi esqueleto.
Porque sostuvieron carne que amé con locura, con los ojos llenos, con la boca vuelta, con los pies revueltos.
Me tiro horas mirándolos, arqueóloga de lo humano, de lo obsceno.
Quizás haga un laberinto con ellos, que bajen la escalera, que sigan el asfalto a media luna de otoño, esperando que algún perro callejero con el frío del invierno en su cuerpo los agarré con sus dientes hasta triturarlos, desomponerlos..llamarlo con voz suave y en sus encias de lobo sangriento hallar la razón más bella para seguir viviendo.
lunes, 4 de octubre de 2010
Ocurre
Llueve.
Miro mis botas de goma que se tornan a un azul más oscuro de lo normal. A un azul húmedo, oceánico.
Ahora que camino tierra adentro.
En la plaza de piedra las hojas sudan gotas que me empapan y forman estalactitas en tus pestañas.
Ya ha ocurrido el incendio y no lo hemos visto.
Es bien sabido eso de que el invento del tiempo, en las tardes de lluvia desaparece. Se queman los relojes, ese olor en la ciudad andaluza no es a chimenea, ese olor son manecillas retorcidas al rojo vivo y tuercas chamuscadas que se hacen polvo, que se mezclan en el aire y finalmente caen al suelo.
El mejor pasto para los caracoles son las cenizas del tiempo.
Este no-tiempo lo impregna todo esta tarde, entra por nuestros poros abiertos de anfibio y nos infecta cuerpo adentro. Gracias a nuestro despiste infantil -sobre todo el tuyo-, hoy no estamos vacunados.
Hoy no somos inmunes al no-tiempo.
Y como no sabemos hacer, somos.
Me miras, con una mirada que ruega. Un rogar mudo, inocente, claro, absoluto.
En ese rogar tienes todas las edades, todas las edades que vivimos juntos en esta tarde atemporal.
Con gesto sereno, e incluso diría que hay algo de ritual en ello, cojo tu mano. Te miro a los ojos, y ocurre.
Ocurre nuestro caminar a la habitación sombría, ocurren los truenos afuera, ocurren las teclas, el vaho, las manchas absurdas creando mundos, ocurre el silencio, la espalda desierta, la infusión, la película de terror y la manta, ocurre la guerrilla...ocurre tu boca que aplaude y mis párpados que caen como telón de fondo.
Pero la función no acaba, y sigue ocurriendo..en este no tiempo de tarde de otoño que poco a poco se va haciendo invernal. Y ocurre una cuna con forma de dos.
Una cuna que suena a ronroneo. Que mecen cien insectos que nos quieren juntos, que nos odian lejos.
Existen poblaciones microscópicas que desean nuestro amor.
Existen fuerzas macrocósmicas que anhelan nuestro sudor .
Pero eso solo se comprende en tardes del no-tiempo.
Tus dedos buscan mi mano..toma, duerme..hasta que suene el despertador seguiremos aquí, alucinando en nuestra cuna felina.
Miro mis botas de goma que se tornan a un azul más oscuro de lo normal. A un azul húmedo, oceánico.
Ahora que camino tierra adentro.
En la plaza de piedra las hojas sudan gotas que me empapan y forman estalactitas en tus pestañas.
Ya ha ocurrido el incendio y no lo hemos visto.
Es bien sabido eso de que el invento del tiempo, en las tardes de lluvia desaparece. Se queman los relojes, ese olor en la ciudad andaluza no es a chimenea, ese olor son manecillas retorcidas al rojo vivo y tuercas chamuscadas que se hacen polvo, que se mezclan en el aire y finalmente caen al suelo.
El mejor pasto para los caracoles son las cenizas del tiempo.
Este no-tiempo lo impregna todo esta tarde, entra por nuestros poros abiertos de anfibio y nos infecta cuerpo adentro. Gracias a nuestro despiste infantil -sobre todo el tuyo-, hoy no estamos vacunados.
Hoy no somos inmunes al no-tiempo.
Y como no sabemos hacer, somos.
Me miras, con una mirada que ruega. Un rogar mudo, inocente, claro, absoluto.
En ese rogar tienes todas las edades, todas las edades que vivimos juntos en esta tarde atemporal.
Con gesto sereno, e incluso diría que hay algo de ritual en ello, cojo tu mano. Te miro a los ojos, y ocurre.
Ocurre nuestro caminar a la habitación sombría, ocurren los truenos afuera, ocurren las teclas, el vaho, las manchas absurdas creando mundos, ocurre el silencio, la espalda desierta, la infusión, la película de terror y la manta, ocurre la guerrilla...ocurre tu boca que aplaude y mis párpados que caen como telón de fondo.
Pero la función no acaba, y sigue ocurriendo..en este no tiempo de tarde de otoño que poco a poco se va haciendo invernal. Y ocurre una cuna con forma de dos.
Una cuna que suena a ronroneo. Que mecen cien insectos que nos quieren juntos, que nos odian lejos.
Existen poblaciones microscópicas que desean nuestro amor.
Existen fuerzas macrocósmicas que anhelan nuestro sudor .
Pero eso solo se comprende en tardes del no-tiempo.
Tus dedos buscan mi mano..toma, duerme..hasta que suene el despertador seguiremos aquí, alucinando en nuestra cuna felina.
martes, 21 de septiembre de 2010
Algunas digestiones hacen soltar muchas paridas
Propuesta:
Cambiando la pose,
quitándome los zapatos que me hacen roce.
Esto es una cascada, esto es una ensalada sin aliño, cariño.
Esto es una falda de piel de armiño
que rajo, que bajo, que trajo aquel pendejo tan majo.
Esto es una identidad sin forro,
que se empapa con mi enojo.
Hecha con amor, aguja y mucho morro.
Y mi sastre en la esquina pidiendo comida,
y yo con las telas haciendo cortinas
pá cuando llegue el presagiado día de la ruina.
Cuando las brujas diluyan el camino
poniendo cuerpos en decúbito supino.
Tranquilo mi amor, no hay que ponerle mucho empeño,
es solo un sueño..
¿Es que te asustas, pequeño?
Entonces tira a los chinos a comprar canicas y petardos,
que hoy montamos fiesta en el patio,
con globicos de colores y dianas con dardos..
Y si llego tarde y desnuda...pues..
me perdonarás el retardo, mi flor, mi cardo.
Cambiando la pose,
quitándome los zapatos que me hacen roce.
Esto es una cascada, esto es una ensalada sin aliño, cariño.
Esto es una falda de piel de armiño
que rajo, que bajo, que trajo aquel pendejo tan majo.
Esto es una identidad sin forro,
que se empapa con mi enojo.
Hecha con amor, aguja y mucho morro.
Y mi sastre en la esquina pidiendo comida,
y yo con las telas haciendo cortinas
pá cuando llegue el presagiado día de la ruina.
Cuando las brujas diluyan el camino
poniendo cuerpos en decúbito supino.
Tranquilo mi amor, no hay que ponerle mucho empeño,
es solo un sueño..
¿Es que te asustas, pequeño?
Entonces tira a los chinos a comprar canicas y petardos,
que hoy montamos fiesta en el patio,
con globicos de colores y dianas con dardos..
Y si llego tarde y desnuda...pues..
me perdonarás el retardo, mi flor, mi cardo.
jueves, 16 de septiembre de 2010
En los claveles de mi mirar
La cuerda.
¿Pa qué?
Pa saber dónde no estás, pa escaparte de veras, pa en la pared de cal clavar púas con tiestos y simientes de primavera.
Pero es otoño.
Por eso la cuerda. Pa partirla en tres y esconderla. Una en la luna, otra en la tierra, y la última en mis caderas.
Así cuando bebas la noche y fumes la hierba, te darás cuenta que ná tiene sentío si no asciendes por mis piernas.
No entiendo. Me gusta la luna, me gusta la hierba, me gusta trepar a la cima de las caderas. No partas ninguna cuerda.
Disculpa la risa...pero es que me lo pediste en sueños con todas tus fuerzas.
¿Pa qué?
Pa saber dónde no estás, pa escaparte de veras, pa en la pared de cal clavar púas con tiestos y simientes de primavera.
Pero es otoño.
Por eso la cuerda. Pa partirla en tres y esconderla. Una en la luna, otra en la tierra, y la última en mis caderas.
Así cuando bebas la noche y fumes la hierba, te darás cuenta que ná tiene sentío si no asciendes por mis piernas.
No entiendo. Me gusta la luna, me gusta la hierba, me gusta trepar a la cima de las caderas. No partas ninguna cuerda.
Disculpa la risa...pero es que me lo pediste en sueños con todas tus fuerzas.
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