
Fuera.
Todo está fuera.
Me nutro de fuera.
De pronto, como de la noche glacial, llega el latido del corazón de alguna liebre extraviada, una música bien parecida al susurro inaudible del roce de sus dedos en su cabello.
Nunca antes se había percatado de esa fila de pestañas inferiores, pequeños soldaditos alineados, dispuestos a abrir fuego, pero con más corazón que razón, por lo que se quedarán una eternidad petrificados con sus técnicas de ofensa y defensa sin poner en práctica.
¿Han pasado tres segundos o mil quinientos años? Los soldaditos permanencen inmóviles.
La idea de que están fuera la tranquiliza.
Todo está fuera.
¿Dentro? Una nube azul llenándose de agua.
Pronto olerá a tierra mojada.
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