La primavera renació del vientre de su diminuto caballito de mar.
Y el laberinto apareció frente a ella, le era fácil ascender por la elevada escalera de caracol, los peldaños de madera mojada absorbian la espuma que sus pies iban dejando.
Al descender, polvo de estrellas a su paso.
En ese instante intermedio entre la subida al Hades y la bajada a los cielos, en ese lugar en la nada (que lo era todo), desaprendió lo aprendido.
Solo recuerda eso: des-apego, des- cubrimiento, des- orbitado, des- prendimiento, ¿des-eo?.
Es lo que tienen ciertos laberintos, que te roban la memoria y te invaden las tripas.
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